miércoles, 9 de junio de 2010

¿Nos pasamos todo el día en la cama?

Siempre ha sido así. Después de las diez de la mañana me es imposible seguir durmiendo. Puedo pasar horas y horas dando vueltas, remoloneando entre las sábanas, pero de ninguna manera puedo volver a conciliar el sueño. Debo tener un despertador biológico infalible. Aquella mañana no fue diferente, claro.

Cuando abrí los ojos me di cuenta de que estaba en una esquinita, justo al borde de la cama. Sola. Seamos sinceros, eso de las películas es una gran mentira. Dormir abrazado a alguien es la cosa más incómoda del mundo.

Me di la vuelta y lo vi. Y recuerdo que me quedé quieta unos minutos en mi rincón, observando las cientos de rayas que pintaba sobre su espalda la luz que se colaba por las persianas. Después me aburrí, y quise despertarle. Y sin darme cuenta se me dibujó la sonrisa de las travesuras repentinas. Me deslicé sigilosamente por el colchón, para después abalanzarme sobre él, trepar con besos por el interlineado de su columna vertebral, que, asombrosamente se le marcaba toda debido a su postura dormitante, y decirle al oído...

- Psst. ¡¡¡¡Psst!!!! Buenos dííías, Peque. ¿Sabes qué?, ya es de día. ¿Estás despierto?, ¿eh?, ¿eh?, ¿¿¿eh??? Mira que ya es de día. ¿A que no te habías dado cuenta? Ah, sí. Que acabo de decirlo. ¿Nos levantamos?, ¿o nos quedamos aquí todo el día?, ¿eh?, ¿¿¿estás despierto???

... Seguramente dije alguna cosa más que ya he olvidado. Normalmente hablo más de la cuenta. Y si pretendo sacar de quicio, como era el caso, más todavía. (Ya el resto lo sabes. Tu memoria ha sido siempre mejor que la mía).

Busqué sus ojos. Y me encontré con ellos. Y con su sonrisa. Y con un beso de esos... Un beso de esos que dejan sin aliento.

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