lunes, 16 de agosto de 2010

No regresaré a ninguna parte

Allí estaba yo, desnuda, acostada en la cama aparentando dormir.

El sol de la mañana que entraba por la ventana de la habitación dibujaba mi cuerpo y acentuaba la suavidad de mi piel poco morena, las curvas de mi cadera, mis pechos pequeños pero sencillos, mi larga melena rubia, mis ojos azules. La brisa marina que llegaba desde la playa movía las cortinas en la ventana acompasadas con el ruido de las gaviotas que ascendían el Guadiana.

Se acercó un poco más y yo me moví ligeramente descubriendo mis piernas. Sentí enormes deseos de hacerme el amor. Se tumbó desnudo junto a mi y me acarició mis pechos, yo metió mi mano entre sus piernas y me giré dándole la espalda.

Sudados, cansados de placer, todavía sin mirarnos, sin hablarnos, fijando los ojos en las sombras del techo imagié que no le quería. Un pensamiento entre el placer del amor y el placer del sexo aclaró mis dudas. Salí a darme un baño en el río, él también.

Cogería su coche en dos horas rumbo a África, no me importó en absoluto ver como el Tiempo seguía su curso mientras nuestro tiempo se ralentizaba a cada beso.

No le pregunté que sería de nosotros tras la vuelta. La respuesta estaba clara tras decir otro nombre que no era el mío una vez acabaó de darme el beso de despedida.

No regresaré a ninguna parte.

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